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La Virgen de Chaguaya: la Madre que eligió su lugar

La Virgen de Chaguaya: la Madre que eligió su lugar

En los tiempos convulsos de la colonia, cuando Tarija y sus alrededores se hallaban en un cruce de tensiones entre colonizadores y pueblos originarios, la vida de los campesinos era dura y frágil. La sequía azotaba los campos, las enfermedades mermaban familias enteras, y los animales, víctimas de la peste, dejaban a los hogares en la miseria. Eran años de incertidumbre y de dolor, donde solo la fe mantenía en pie a los pobladores de Chaguaya, pequeños agricultores que, a pesar de la adversidad, seguían labrando la tierra con esperanza.

Fue en ese escenario donde nació una de las leyendas religiosas más arraigadas del sur boliviano: la historia de la Virgen de Chaguaya. Una tradición que, como toda leyenda campesina, mezcla el sufrimiento real con la fuerza del imaginario popular, pero que ha trascendido los siglos hasta convertirse en uno de los símbolos más poderosos de devoción en Tarija.

La visión de los esposos campesinos

Cuentan los relatos orales recogidos por Aguilera Fierro que, al caer una de aquellas noches silenciosas, una pareja de esposos regresaba a su casa después de la jornada. Él, cargando pasto largo en su acémila para techar la vivienda en construcción; ella, guiando las ovejas que aseguraban sustento y abrigo. El paisaje era seco, los pastizales casi desaparecidos y el río reducido a un hilo de agua. La esperanza, en esos tiempos, solo podía encontrarse en el cielo.

De pronto, la calma de la noche fue interrumpida por un resplandor extraño, un fulgor que parecía nacer de entre los árboles. Intrigados, dejaron la carga y avanzaron hasta un frondoso molle. Allí, ante sus ojos asombrados, se desplegaba una estela tricolor de luz, intensa y armónica, que poco a poco fue revelando la figura serena de la Virgen María.

Ambos campesinos, sobrecogidos, cayeron de rodillas en la tierra seca y exclamaron con fervor:
—¡Virgencita mía! ¡Bendito sea Dios!

Aquel momento marcó el inicio de una devoción que hasta hoy se mantiene viva.

La Virgen que eligió su morada

Los esposos, aún impactados, llevaron la imagen a su humilde casa y la colocaron en un lugar especial. Al día siguiente, conmovidos por la noticia, los vecinos llegaron para venerarla. Pero grande fue la sorpresa cuando, al buscarla, la imagen ya no estaba allí.

Todos comprendieron, entonces, que la Virgen tenía voluntad propia. Salieron en procesión hasta el árbol de molle y la hallaron nuevamente en el mismo sitio, envuelta en un halo de luz. Intentaron llevarla a otro hogar, pero el prodigio se repitió: desaparecía de las casas y volvía a aquel solitario paraje. Fue así que entendieron el mensaje: la Virgen había elegido su lugar.

Durante tres días y tres noches, hombres, mujeres y niños se reunieron allí. Mientras algunos oraban y encendían antorchas, otros comenzaron a levantar con adobe, caña y teja la primera capilla. No era solo un templo: era el acto de confianza de una comunidad que reconocía que en aquel sitio había brotado la gracia.

Del milagro a la tradición

Se dice que a partir de entonces, los tiempos mejoraron. Las lluvias volvieron a los campos, los animales se multiplicaron y las familias comenzaron a prosperar. La noticia de los milagros de la Virgen de Chaguaya se extendió rápidamente por Tarija y más allá de sus fronteras, atrayendo a devotos que buscaban consuelo, salud o esperanza.

Desde entonces, cada agosto, miles de peregrinos emprenden la caminata hasta el santuario de Chaguaya, en un testimonio de fe que atraviesa generaciones. No es solo una práctica religiosa: es también una tradición cultural que refuerza la identidad chapaca, uniendo la memoria colectiva con el fervor de cada creyente.

Reflexión

La leyenda de la Virgen de Chaguaya es más que un relato piadoso: es la expresión de cómo los pueblos crean símbolos para resistir la adversidad. La imagen de la Virgen que “elige su lugar” es profundamente reveladora: en medio de la incertidumbre, ella se presenta no en palacios ni en ciudades, sino en un paraje humilde, acompañando a campesinos pobres y desamparados. Es, en esencia, un mensaje de cercanía y esperanza.

Quizá ahí radica la fuerza de esta devoción: la Virgen de Chaguaya no fue “puesta” por nadie, ella se “quedó” donde quiso, y su elección coincidió con la necesidad de un pueblo de creer en un mañana mejor. Su santuario, entonces, no es solo un templo de piedra y adobe, sino un testimonio vivo de fe y resistencia.